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Quisiera salvarlos a todos, pero no puedo.


Todos los días veo casos de perros y gatos que buscan hogar, donaciones y todo tipo de ayuda porque han sufrido maltrato y/o abandono por parte de los humanos.  Todos los días sufro.  

He tenido que aprender a "endureceme" un poco para poder vivir contenta a pesar de esas y otras tristezas que me causa el mundo.  Una vez oí decir a la cantante Marta Gómez que uno no puede vivir completamente feliz sabiendo que hay niños por ahí con hambre y gente que sufre los dolores de la guerra.  Pues bien, por eso es que yo nunca he podido ver noticias.  No es que no me importe "La actualidad" como dicen muchos.  Es que me importa tanto el mundo, ¡Tanto!, que sufro con cada noticia en la que sé que hay víctimas inocentes de la estupidez humana.  Y sufro tanto que se me hace insoportable estar constantemente informada. 

En enero estuve de paseo en San Andrés.  Fue rico el paseo, pero cada día traía una tristeza nueva, con cada perrito o gatito que veía en malas condiciones por ahí.  Uno en especial me partió el corazón. Era un cachorrito que, desde nuestra llegada, estaba cerca a la casa en la que nos hospedamos, afuera, sin abrigo. Con tan sólo una coquita de comida y una cajita de cartón para resguardarse.  El cachorro parecía tener sarna o algún problema grave de piel y se veía desnutrido.  El primer y segundo día nos veía pasar y salía a nuestro encuentro, haciendo un acopio de su poca fuerza, a saludarnos... y yo moría por dentro.  Mi esposo y mis amigos se burlaron de mí por conmoverme con el cachorro... y yo no podía simplemente acogerlo, porque estaba en una casa ajena en la que ya había dos perros y sabía que no sería bienvenido mi gesto.  
Al segundo día me fui para el centro y la playa decidida a hacer algo. Tenía que llevarlo a algún veterinario o comprarle algún medicamento. No podía seguir así. Iba a llamar a mis amigos veterinarios a preguntarles qué podía hacer mientras tanto... pero en la tarde cuando llegamos el perrito había muerto. Y yo, aquí estoy llorando, tres meses después, por no haber hecho nada por ese cachorro que salía moviendo la colita a mi encuentro como implorando ayuda.  

He sido hogar de paso para algunos animales, he adoptado otros.  Nunca he comprado uno y todos los que me han acompañado llegaron a mi vida necesitando un hogar.  Con mi mamá sostenemos una comunidad feral de 12 o 13 gatos, tres gatitos caseros y dos perros criollos adoptados.  Ella sale cada mañana con una bolsa de cuido y da un puñadito a cada callejerito que vive en su pueblo.  Yo trato de sostener a Morita, una husky que me regalaron el año pasado, en las mejores condiciones posibles, incluyendo el hecho de haberle regalado un hogar feliz en el campo donde sé que vive mejor que en un apartamento conmigo. Pero no tengo la valentía que tienen Mónika Cuartas o Juan Jiménez Lara, rescatadores incansables de animales, para encargarse de todos los que ven y de los que no ven también.  He salido en medio de la noche con mi esposo a sacar algún perro del río o bajar un búho atrapado en una palmera.  Pero a veces también he tenido que pasar de largo junto a un animalito flaco que busca comida en un basurero. Ayer pasé por la plaza minorista y me costó lágrimas al ver un bull terrier amarado a un poste y llorando desesperado.

Jahir, mi esposo, que es el hombre más bondadoso, amoroso y sabio que conozco (por eso estoy a su lado), siempre me consuela y me explica una y otra vez por qué no puedo salvarlos a todos.  Simplemente, no me alcanzarían ni la plata ni la vida por más que me dedicara únicamente a eso.  Mis amigos valientes que han dedicado su vida a rescatarlos podrán constatarlo.  No hay casa pa’ tanto gato (y perro).  No puedo robarme los que tienen un mal amo, no puedo sostener a todos los que quisiera recoger, no tengo ni siquiera espacio en mi apartamento de 53 metros cuadrados para convivir decentemente con ellos.  Él me dice que la principal responsabilidad que tiene cada persona es dar una vida digna y feliz a los que sí puede ayudar en la medida de sus posibilidades. También me dice que así como hay personas cuya vocación es la música o las finanzas, hay otras cuya vocación es el rescate de animales, el cuidado de niños o ancianos. Personas generosísimas y muy valientes.  

Afortunadamente lo tengo a él que me aterriza y no me deja volverme "la loca de los gatos". No me deja cruzar la línea detrás de la cual, otro animal representa un detrimento de mi calidad de vida y mi tranquilidad.  Aquí estoy todavía tratando de entender y aprender que sólo debo intervenir en la vida de un animal si estoy muy segura de que puedo garantizarle responsablemente toda la ayuda que eso implique.  Así que cada que veo un anuncio o encuentro en la calle algún animalito urgido de ayuda, consulto con mi bolsillo, con mi espacio, con el tiempo que puedo dedicarle, con mi proyecto de vida.  Y solo si todas esas cosas me lo permiten, intervengo. Trato de no caer en lo mismo de muchas personas que se preocupan, pero cuando ven que no pueden comprometerse del todo, abandonan de nuevo el animal o le chutan el problema a otro.

Así que por el momento seguiré dando calidad de vida a los que tengo cerca y está en mis manos ayudar, mientras busco la forma de rescatar al menos otro, tal vez el próximo que se me cruce en el camino y quien sabe, de pronto otros dos o tres, unos pocos de todos los que quisiera salvar y no puedo.