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Un cuento-sueño o una larva-idea

Bajé las escaleras y fui al patio. Allá había alguna conversación interesante en la que quería participar. De paso para el patio, pasé por el espejo de cuerpo entero que hay frente al secado de ropa y me miré de reojo, pero tuve que devolverme para mirarme bien.  Me vi feísima. Estaba flaca, muy flaca y mi nariz sobresalía, deforme.  La que fuera mi naricita pulida y bien puesta, de pronto era un monumento al moco, enorme, a la que le sobraba una especie de apéndice que colgaba casi tapando mi boca. Y mi piel. Mi piel estaba manchada. Solo miraba mi cara, pero veía manchas cafés por toda la mejilla derecha y la frente.  Me asusté y pensé que esa había sido yo siempre, así de fea, y que otros espejos me devolvían imágenes distorsionadas. 

Mi nariz, esa nariz que no reconocía, estaba llena de espinillas.  Empecé a estripar la piel para sacar el punto negro mas grande y de repente empezaron a salir gusanos blancos y huevecillos, como los que a veces infestan las heridas no tratadas de animales, en las que algunas moscas ponen huevos llenando de larvas la carne fresca.  Salían, salían sin fin y yo asustada y asqueada seguía drenando la nariz deforme de toda esa gusanera blanca.  En la medida en que salían, mi nariz iba recuperando su forma y mi piel su color, devolviéndome la certeza de que yo sí era la que he visto siempre en otros espejos y que no eran imágenes distorsionadas.   

Así que pensé que debía de haber algún antibiótico, algún remedio para que terminaran de salir las que yo no podía ver o sacar por presión. Pero miré de nuevo las larvas y de repente les vi forma de ideas. Cada una era una idea y yo no podía reconocerlas, así que cerré los ojos para tratar de imaginar cuales eran las ideas parásitas que podían estar saliendo de mi nariz para dejar de deformar mi olfato, mi instinto, mi percepción de las cosas.  Entonces empecé a ver unos gusanos mucho mas largos que otros, unos enredados con otros, formando nudos y marañas.

No pude identificar ninguna idea específica hasta que me fuí a mi cuarto dejando los gusanos bien dispuestos ya en la basura.  Iba caminando con una sensación de malestar remanente y no entendía porqué, si me había sacado esa gusanera y ya podría verme como yo misma en el espejo, otra vez linda.  

Y ahí llegó como un flash la primera idea de las que creía que habían salido entre los gusanos.  Esa idea de que hay que ser feliz y que la felicidad es ausencia de malestar. Esa idea que se enmaraña con la otra de que es imperante estar agradecida por "las bendiciones" recibidas, que si la casa, que si la salud, que si la familia, y que eso me quita la posibilidad de sentirme miserable.  Claro y esa viene con esta otra de que si me siento miserable soy desagradecida y que tengo que darme látigo y sufrir por eso, para agregarle malestar a mi malestar.   

Luego vi de nuevo en mi mente los gusanos, los largos y los cortos, los apenas larva. Había ya llegado a mi habitación y a mi cama con una ventana en frente dando una amplísima vista del cielo que en ese momento estaba azul con algunos nubarrones. Y me llegó a la mente otra de las ideas parásitas que habían salido en la extirpación de los gusanos.  Esta vez era la idea de que las mañanas debían ser placenteras y felices, que venía pegada de la idea de que si uno no se despierta feliz, tendría que hacer algo para cambiar esa situación, y que la gente "buena" la gente que "vive bien" tiene mañanas felices, llenas de satisfacción por el deber cumplido en todos los aspectos de su vida.  ¡Ah! y que por eso tienen esa energía vital mañanera que les permite levantarse dizque muy felices a hacer mil cosas, mientras yo a veces vegeto luchando con mi exceso de sentido para que me deje levantarme un poco libre de culpas a hacer el desayuno. Ahí va la larva esa de la idea de que hay gente que siempre tiene mañanas soleadas, enredada con la de que la vida vale la pena sólo si puedo poner en la balanza y medir con exactitud científica la ventaja de los días de ánimo y cielo soleados sobre los días grises.  Ahí también va pegada esa larva-idea de que la vida "tiene que valer la pena".

Me acomodé en la cama con mi café, habiendo renunciado a hacer ejercicio y desayuno y esas cosas a las que sentía que me tenía que obligar por ser (o creer que quería ser) de esa gente que "vive bien". Miré el cielo ya mas nublado que antes y sonreí dándole la bienvenida a mis pequeñas miserias y a mi cielo gris y a mi nueva yo un poco mas mal viviente y liviana.