Ojos de gata, patas de cabra. O las cosas que se me pasan a mi por la cabeza y quiero narrar
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CONVERGENCIAS
Conocí a mi hermano en el año 2000. El día que lo ví por primera vez (sin saber quien era), me regaló lo que en ese momento y hasta hace poco pensé era una canica. Era una bolita de cristal con unas bandas onduladas de color café o beige adentro. Su tamaño no era el de las canicas comunes sino un poco mas grande, como de tres centímetros de diámetro.
Conocer a mi hermano fué un evento muy importante en mi vida y sin saber porqué, desde ese día he guardado su regalo con especial cuidado y cariño. Aunque he hablado muy poco con Juancho (comparado con todo lo que quisiera), siento un amor profundo... una complicidad especial con él. Tengo otros dos hermanos; el mismo día que supe de ellos y hablé con Juan, supe también de mi papá a quien no conocía. Pero solo con Juancho sentí y sigo sientiendo como si lo hubiera tenido cerquita toda la vida, como si no hubieramos tenido infancias separadas, como si lo hubiera estado buscando sin saber de su existencia.
En el 2004 fuí a Suiza de cuenta de la generosidad de Gustavo Wilches. A él lo había conocido poco antes. Lo escuché hablar en un seminario organizado por el SIMPAD ¡y me identifiqué tanto con su discurso!, pero más que eso, sentí como si lo conociera desde hace mucho... sentí, a través de la lectura de sus escritos, un afecto y una complicidad similares a las que me produjo el encuentro con mi hermanito. Así que me dí a la tarea de encontrarlo y hacerle saber de mi admiración por su trabajo, aunque aquí entre nos (nosotros todos los que podemos leer este blog, es decir el mundo entero), lo que realmente he admirado siempre es al ser humano que adivino detrás de sus líneas, tengan carácter técnico o no.
El caso es que fuí a Suiza a recibir en nombre de Gustavo un reconocimiento que le otorgó la ONU llamado Sasakawa por su labor en gestión del riesgo. Cuando volví de Suiza estuve en Bogotá y me ví con Gustavo, quien me regaló su libro recién publicado "El universo amarrado a la pata de la cama". De regreso a Medellín lo devoré... y ya no recuerdo si le conté o no a Gustavo la impresión que me causó su libro, pero lo guardo como un tesoro. Entre varios motivos porque en él descubrí que comparto con su autor ciertos gustos (de esos que son simples y escenciales) por algunas cosas, que a los ojos de la mayoría casi siempre pasan desapercibidas, como los espirales y las nubes.
Hace poco volví a contactarme con Gustavo y me picó el bichito de leer de nuevo el libro. Antes de empezar tuve una conversación con mis tías sobre el episodio familiar del encuentro con mi hermano y mi papá. Una de ellas me dijo que antes de contarles que los había conocido, yo andaba todo el día con una "bolita" en la mano y le decía que tenía que hablarle de algo muy importante pero que ya llegaría el momento.
Empecé a leer de nuevo el libro. En sus primeros relatos Gustavo cuenta de un amigo que, según él, le recuerda a Enrique Buenaventura (Cosa curiosa por que a mí Gustavo me recuerda al maestro) y que le regaló en Suecia una esfera de ánimus. Material que según Wilches "tiene la facultad de condensar y hacer visibles las imágenes mentales de quien la tenga en sus manos". La esfera se cayó durante el terremoto del Páez y quedó convertida en 49 esferitas pequeñas con las mismas propiedades. Se ha vuelto a recomponer y a desbaratar varias veces como respondiendo a "determinadas fuerzas o tensiones, directa o indirectamente generadas en la tectónica de placas o en la mecánica celeste".
Una vez, Gustavo le entregó una de las esferitas a un amigo para que estudiara el material del que está hecha, pero las otras parecieron reemplazarla porque siguió teniendo 49. Lo curioso es que después de sus estudios el señor no volvió a verla... afirmó que parecía haberse evaporado.
Un personaje misterioso le dijo una vez a Gustavo que el ánimus venía de la única mina de este material conocida en el mundo ubicada en Almaguer, Cauca y que fué enterrada por el terremoto de 1765. La mamá de mi hermano (y él hasta hace poco) vive en Santander de Quilichao, Cauca.
Hace rato que no veo la "canica" que me regaló Juancho, aunque siempre la tengo muy bien guardada... he tenido tentación de ir a buscarla pero siempre me detengo con cierto temor de no encontrarla. No podría evitar la certeza de que está en la urna de madera de 60*30*40 cms en un armario de Gustavo.